jueves, 16 de octubre de 2008

Habitaciones de Hotel surrealistas

Hace ya tiempo hablabamos en Banjulstation sobre los hoteles mas excentricos a lo largo del planeta, recuperando espacios que ya no tenían utilidad, como trenes antiguos, faros o prisiones que no estaban ya en funcionamiento, o creando nuevos habitats rodeados de naturaleza, como es el caso de las casas sobre árboles, espacios integrados dentro de un bosque o plataformas flotantes que se amoldan al mar sobre el que flotan.
El arte es un valor en alza y la creación de hoteles conceptuales u hoteles que recrean espacios o ambientes surrealistas parece estar de moda.
Asi, según las preferencias de cada uno, podemos elegir entre dormir dentro de un ataud al mas puro estilo de Vlad Tepes, en una celda de colores ocres perfectamente pintada y que recuerda a los dibujos animados, o en una habitación donde cada uno de sus elementos son bloques con símbolos. Alucionaciones sin consumo de estupefacientes y al gusto de cada uno.



viernes, 4 de abril de 2008

Stop a la caza de focas


Creditos de la foto: Nigel Barker



A estas alturas, supongo que todos estaréis al corriente de la cruel matanza de focas que está efectuando Canadá. Este año, el gobierno canadiense ha autorizado la caza de 275.000 focas, aumentando en 5000 unidades el cupo respecto al año pasado.

Además, en un intento de enmascarar la masacre y que tal hecho no genere un embargo de los productos derivados de la focas, han creado un nuevo procedimiento para evitar el sufrimiento de los animales.

"Estas pretendidas 'nuevas' reglamentaciones no aportan ningún cambio real a la manera en la que puede matarse a las focas. Simplemente exigen que las focas sean desangradas en uno u otro momento 'en la medida de lo posible'", indicó el Fondo Internacional para la protección de los animales (IFAW) en un comunicado.

Estas modificaciones "están claramente concebidas para engañar al mundo y hacerle creer que esta caza, cruel por naturaleza, puede ser más humana y eso para impedir el embargo de los productos derivados de las focas que analiza actualmente la Comisión Europea", destacó Robbie Marsland, director de IFAW Reino Unido.

Hay paises que ya se han concienciado y han prohibido las importaciones de productos derivados de las focas, como Bélgica, Holanda, los Estados Unidos, Mexico y Croacia.

La Human Society de los Estados Unidos nos propone realizar un boicot a los productos canadienses derivados de la pesca. No me parece mala medida, a ver si afectandoles al bolsillo, dejan de cometer estas atrocidades. Y es que resulta que los beneficios que obtienen de la caza de las focas es insignificante, $12 millones frente a los $2.5 billones de benificios que obtienen de la pesca y sus derivados.

A ver si la Comisión Europea toma medidas y prohibe la importación de los productos derivados de las focas. Mientras tanto, todos aquellos que quieran exigirle al gobierno canadiense que finalice esta cruel cacería, puede inscribirse en este link.

lunes, 31 de marzo de 2008

El Hombre que plantaba árboles

Bosque quemado

Este es uno de los relatos de los que Jean Giono se siente más orgulloso. Cedió todos los derechos de las reproducciones para conseguir una mayor difusión sobre su idea del amor hacia los arboles o del amor por plantar árboles.

El Hombre que plantaba árboles.

Para que el carácter de un ser humano excepcional muestre sus verdaderas cualidades, es necesario contar con la buena fortuna de poder observar sus acciones a lo largo de los años. Si sus acciones están desprovistas de todo egoísmo, si la idea que las dirige es una de generosidad sin ejemplo, si sus acciones son aquellas que ciertamente no buscan en absoluto ninguna recompensa más que aquella de dejar sus marcas visibles; sin riesgo de cometer ningún error, estamos entonces frente a un personaje inolvidable.

Hace aproximadamente cuarenta años, yo hacía una larga travesía a pie, en las regiones altas, absolutamente desconocidas para los turistas, en la vieja región de los Alpes que penetra hasta La Provenza.
Esta región está delimitada al sureste por el curso medio del Durance, entre Sisteron y Marabeau; al norte por el curso superior del Drome, después de su nacimiento, justo al oeste, por las planicies de Comtant Venaissin y al pie de monte de Mont-Ventoux. Comprende toda la parte norte del Departamento de Bases - Alpes, el sur del Drome y un pequeño enclave de Vaucluse.
En el momento en el que emprendí este largo viaje, entre los 1200 y 1300 metros de altitud, el paisaje estaba dominado por desiertos, eran tierras tomadas por la monotonía. Lo único que podía crecer ahí eran lavandas silvestres.
Yo pasaba por esta región en su parte más ancha cuando después de tres días de camino me encontré en medio de una desolación sin igual. Acampaba al lado del esqueleto de un pueblo abandonado. Ya no tenía agua. La que me quedaba del día anterior la había utilizado durante la vigilia y necesitaba encontrar más. No pude encontrarla. Las casas, de lo que alguna vez había sido un poblado, estaban aglomeradas alrededor de unas ruinas apiladas, lo que me hizo pensar que en algún tiempo ahí debió haber habido una fuente o un pozo. El arreglo de las cinco o seis casitas de piedra con techos volados y lavados por el viento, y la pequeña capilla daban la apariencia de un pueblo habitado. Sin embargo, cualquier resquicio de vida había desaparecido.

Era un hermoso día de junio, pleno de sol, pero en estas tierras sin abrigo, y a estas alturas del cielo, el viento soplaba con una brutalidad insoportable. La fuerza con la que el viento golpeaba las carcasas de las casas era tan violenta como el de una bestia salvaje que es interrumpida durante sus alimentos.
Era necesario mover mi campamento. A cinco horas de marcha, no había encontrado agua, ni ningún otro indicio que pudiera darme la esperanza de encontrarla. Por todas partes era la misma aridez, las mismas hierbas leñosas. Me pareció percibir a lo lejos una pequeña silueta negra, de pie. De primera instancia pensé que se trataba de la sombra de un tronco solitario. Por casualidad, me dirigí hacia ella. Era un pastor. Una treintena de corderos yacían sobre la tierra ardiente reposando cerca de él.
Me dió de beber agua de su botella, y un poco más tarde él me condujo hasta su casita en una ondulación de la meseta. El obtenía su agua -excelente, por cierto- de un pozo natural muy profundo, en el que él mismo había instalado un malacate muy rudimentario.

Este hombre hablaba poco. Esta es una práctica común entre aquellos que viven solos. Sin embargo, se le percibía como un hombre seguro de sí mismo, confiado en sus convicciones. Me parecía insólita su presencia en estos lugares tan desprovistos de todo. No vivía en una cabañita, sino en una verdadera casa de piedra donde saltaba a la vista claramente que él mismo había restaurado las ruinas con las que se encontró a su arribo. El techo era sólido y estaba bien fijo. El viento que golpeaba las tejas del techo producía un ruido similar al del mar cuando golpea en las playas.
Sus muebles y pertenencias estaban en orden, su vajilla estaba lavada, el piso estaba pulcramente trapeado, su rifle estaba engrasado; su sopa hervía en el fuego. Fué entonces cuando me dí cuenta de que también estaba recién afeitado, que todos sus botones estaban sólidamente cosidos y que su ropa estaba cuidadosamente remendada, a tal punto, que los parches eran casi invisibles.
El compartió su sopa conmigo y después de cenar yo le ofrecí tabaco de mi saquito. Él me comentó que ya no fumaba. Su perro era tan silencioso como él, era amigable sin llegar a ser ruin.

Rápidamente entendí que pasaría la noche ahí, el poblado más cercano se encontraba todavía a más de un día y medio de marcha. Más aún, ya había tenido la oportunidad de conocer el raro carácter de los habitantes de esta región. Que por cierto, no era en absoluto recomendable. En las laderas de estas montañas, entre los matorrales de encinos blancos que están en los extremos de los caminos aptos para vehículos, hay cuatro o cinco poblados dispersos, lejos los unos de los otros. Estos poblados están habitados por talamontes que hacen carbón con la madera. Son lugares donde se vive mal; en las garras de la exasperación. Las familias viven unas en contra de las otras, en un clima hostil, de rudeza excesiva, ya sea en el verano o en el invierno, viven amagando su egoísmo aún más por la irracional desmesura en su deseo de escapar de este ambiente.
Los hombres llevaban su carbón al pueblo en sus camiones y, después regresaban. Las más sólidas cualidades se rompen bajo este perpetuo baño escocés. Las mujeres cocinaban a fuego lento sus rencores. Había competencia en todo, desde la venta del carbón hasta las bancas de la iglesia; las virtudes se combaten entre ellas, los vicios y las virtudes se arrebatan unas a otras haciendo un revoltijo sin reposo. Hay epidemias de suicidios y numerosos casos de locura casi siempre fatales.

El pastor, que no fumaba, saco un pequeño saco y vació su contenido sobre la mesa, formando una pila de bellotas. Se puso a examinarlas una por una, poniendo muchísima atención, separando las buenas de las malas. Yo fumaba mi pipa y le propuse ayudarle. Él me respondió que esto era asunto suyo. En efecto, viendo la devoción y cuidado que ponía a su trabajo, decidí no insistir más. Esa fué toda nuestra conversación durante la noche. Cuando hubo terminado de separar todas las bellotas que estaban en buen estado, entonces las contó y las puso en montoncitos de diez. De esta manera iba haciendo una selección más, eliminando aquellas bellotas que eran muy pequeñas o aquellas que tenían ligeras grietas. Al terminar, una ves más las examinaba gravemente. Cuando tuvo enfrente de él cien bellotas perfectas detuvo su tarea, y entonces nos retiramos a dormir.
La compañía de éste hombre me daba paz. Al día siguiente, le pedí permiso para quedarme todo el día con él. Él lo encontró perfectamente natural, o con mayor exactitud, él me daba la impresión de que nada podría distraerlo. Este descanso no me era absolutamente necesario, pero yo estaba intrigado, quería saber más acerca de este hombre. Antes de salir, sumergió en una cubeta con agua el pequeño saco donde había puesto las bellotas que habían sido seleccionadas y contadas previamente con tanto cuidado.

Me dí cuenta de que su cayado tenía un triángulo de fierro tan grueso como un dedo pulgar y de alrededor de un metro cincuenta de largo. Yo me fuí siguiendo una ruta paralela a la suya. La pastura de sus corderos yacía en el fondo de un pequeño valle. Él dejó el pequeño rebaño al cuidado del perro y subió hacia la derecha donde yo me encontraba parado. Me temía que hubiera venido a reprocharme por mi indiscreción, pero este no fué el caso de ninguna manera. Era su propio camino, y me invitó a acompañarlo si no tenía nada mejor que hacer. Continuamos unos doscientos metros más hacia arriba.
Cuando llegamos al lugar que el quería, comenzó a enterrar su triángulo de fierro en la tierra. Este hacía un pequeño agujero en él que el ponía una de las bellotas, que posteriormente cubriría de tierra nuevamente. Él estaba plantando árboles de encino. Entonces le pregunte si la tierra le pertenecía. Él me respondió que no. - ¿Sabe de quién es? Él no lo sabía. Suponía que se trataba de una tierra comunal, o quizás podría ser que se tratara de tierras a cuyos propietarios no les interesara. De esta manera, él plantó cien bellotas con mucho cuidado.

Después de los alimentos del medio día, él comenzó una vez más a seleccionar semillas. Creo que puse demasiada insistencia en mis preguntas, porque él las respondió una a una. A tres años de haber comenzado, él continuaba plantando árboles en esta soledad. Él había plantado ya cien mil. De estos cien mil, veinte mil habían germinado. De estos veinte mil, él consideraba que todavía se perderían la mitad, por causa de los roedores o por cualquier otro designio de la Providencia imposible de predecir. Quedarían entonces diez mil encinos que podrían crecer en este lugar donde antes no había sobrevivido nada.
Fué en este momento en el que comencé a preguntarme sobre la edad de este hombre. Era evidente que se trataba de un hombre de más de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Se llamaba Eleazar Bouffier. Solía tener una granja en las planicies, donde había vivido la mayor parte de su vida. Había perdido a su único hijo y después a su mujer. Se retiro a la soledad donde acogió el placer de vivir lentamente con su rebaño de corderos y su perro. El había juzgado que este país se estaba mueriendo porque le faltaban árboles. Añadió entonces que no teniendo nada más importante que hacer había tomado la resolución de poner remedio a este estado de las cosas.
Viviendo yo mismo en ese momento una vida solitaria, y a pesar de mi juventud, sabía como acercarme con delicadeza a aquellas almas solitarias. Aún así, cometí un error. Fué precisamente mi juventud la que me forzó a imaginar el porvenir en mis propios términos, y en cierta medida también un anhelo en la búsqueda por felicidad. Le comenté que dentro de treinta años estos cien mil encinos serían majestuosos. Me respondió con tal simpleza, que si Dios le prestaba vida, en treinta años él habría plantado tantos otros que estos diez mil serían tan sólo como una gota en el mar.
Él había comenzado también a estudiar la propagación de las hayas. Cerca de su casa había instalado un pequeño vivero donde crecía los arbolitos. Los sujetos que había protegido de sus corderos con una pequeña barda, que funcionaba como barrera, estaban creciendo hermosamente. Él estaba considerando plantar también algunos abedules que serían muy convenientes para las partes bajas de los valles, donde aclaró que había en estado latente un poco de humedad que se extendía sobre la superficie del suelo por algunos metros.
Al siguiente día, nos separamos.

Al año siguiente la guerra del catorce había comenzado. Yo estuve comprometido en ella por cinco años. Un soldado de infantería apenas y podía pensar en árboles. A decir verdad, todo este asunto no me había dejado ninguna impresión. En lo personal la considere como un hobby pueril, como una colección de timbres y la olvide.
Al terminar la guerra me encontré al frente a una pequeña desmovilización y con un gran deseo de tomar un pequeño respiro de aire puro. Sin ninguna otra preconcepción más allá de tomar un nuevo aliento. Fué así que retomé el camino hacia aquellas tierras desérticas.
La región no había cambiado. Sin embargo, más allá de ese poblado abandonado percibí a la distancia una especie de neblina grisácea que convergía en las alturas de las colinas como una alfombra. A partir de ese momento no deje de pensar en el pastor que plantaba árboles. Diez mil encinos, me dije: ocupan un gran espacio verdaderamente.
Había visto morir a mucha gente durante esos cinco años de guerra, pero no me podía imaginar de ninguna manera la muerte de Eleazar Bouffier, a pesar de que un hombre de veinte años piense que un hombre de cincuenta es ya tan viejo que no le resta más que morir. Él no estaba muerto, en efecto, estaba lleno de vitalidad. Había cambiado la materia de su interés. Ahora sólo tenía cuatro corderos, pero tenía un centenar de colmenas. Se había desecho de los corderos porque amenazaban los retoños de los árboles. Él me comentó entonces que la guerra no lo había distraído en absoluto, como yo mismo me pude dar cuenta, él continuó con su labor de cultivador de árboles imperturbablemente.
Los encinos de 1910 ahora tenían 10 años y eran más altos que yo y que él mismo. El espectáculo era impresionante. Yo me quede literalmente privado de la palabra. Como él, no podía hablar más. Pasamos todo el día en silencio caminando por su bosque. Estaba divido en tres secciones, el largo total era de once kilómetros, y en su punto más ancho la sección era de tres kilómetros. Cuando caí en la cuenta de que todo esto había florecido de las manos y del alma de este único hombre solo, sin ningún avance técnico en su herramienta, comprendí que los hombres pueden llegar a ser tan eficaces como Dios en otros dominios además de el de la destrucción.
Él había perseguido su ideal, prueba faciente de ello era que las hayas habían alcanzado mis hombros y se habían extendido tan lejos como la vista podía alcanzar. Los encinos eran ahora robustos y frondosos, habían ya pasado la edad en la que estaban a la merced de los roedores y en cuanto a los designios de la Providencia, si deseaba destruir la obra creada, se necesitaría de un ciclón. Él me mostró sus admirables parcelas de abedules que databan de cinco años atrás, es decir de 1915; cuando yo tuve que estar combatiendo en Verdún. Él los había plantado en las partes bajas del valle, donde había sospechado, con justa razón, que había humedad justo a flor de tierra. Eran tan tiernos como jóvenes adolescentes, y muy decididos.
La creación estaba en el aire, por doquiera, se veía como la sucesión estuviera tomando su propio camino. Él no se preocupaba, se ocupaba. Perseguía obstinadamente su objetivo. Era tan simple como eso. Al descender por el poblado, pude ver agua correr en los arroyos que en la memoria de los hombres, habían estado siempre secos. Era la más extraordinaria reacción en cadena la que este hombre me había dado la oportunidad de presenciar. Estos arroyos secos que en tiempos muy antiguos habían llevado agua, habían vuelto a florecer. Algunos de estos tristes poblados, de los que había comentado al comienzo de mi relato, estaban construidos sobre edificios de antiguas ciudades galo-romanas, donde aún quedaban algunos trazos de estas antiguas culturas. Ahí, los arqueólogos habían encontrado anzuelos de pesca, en lo que en tiempos más recientes habían sido cisternas para abastecer de un poco de agua a estos secos lugares.
El viento dispersaba también algunas semillas. Al mismo tiempo que el agua reapareció, reaparecieron los sauces, las enredaderas, los prados, los jardines, las flores y positivas razones para vivir.
Realmente la transformación había tenido lugar de manera tan paulatina que había penetrado y se había instalado en la costumbre sin provocar ningún sobresalto o sorpresa. Los cazadores que subían a la soledad de las montañas para perseguir liebres o jabalíes habían constatado también la presencia de pequeños árboles. Sin embargo, atribuían los cambios a los procesos naturales de la tierra. Esta era la razón por la que nadie había tocado su obra, porque nadie en absoluto había llegado a estar en contacto con este hombre. Era insólito. ¿Quién podría imaginar que en estos poblados y administraciones, que existiera alguien con tal obstinación y poseedor de una generosidad extrema que llegase al punto de ser sublime?

A partir de 1920, no dejé pasar más de un año sin ir a visitar a Eleazar Bouffier. Jamás lo ví decaer, ni dudar. A pesar de que sólo Dios sabe los sin sabores que hubo de superar. Para obtener el éxito en su empresa fué necesario superar muchas adversidades y luchar contra la desesperación. Baste decir que durante un año había logrado plantar diez mil arces y todos murieron. Al siguiente año de este suceso, decidió abandonar los arces y volver a plantar hayas. Estas lograron crecer sanas y con mayor esplendor que los encinos.
Para tener una idea más precisa del carácter excepcional de nuestro personaje, no hace falta más que recordar que vivía en una soledad total, sí total, a tal punto que hacía el final de su vida había perdido la costumbre de hablar. O quizás: ¿Era que ya no había visto la necesidad de hacerlo?

En 1933 recibió la visita de un guardia forestal atolondrado. Este funcionario le advirtió de no provocar fuegos a la intemperie, ya que podría a poner en riesgo el bosque "natural". Fué la primera vez que un hombre le dijera de forma tan pueril que había visto crecer este bosque por sí solo, de manera espontánea. En este tiempo él estaba pensando en plantar hayas en un claro a doce kilómetros de su casa. Para evitar el ir y venir de ese sitio, - ya que para aquel entonces él contaba ya con setenta y cinco años de edad-, estaba ambicionando construir una pequeña casita de piedra en el lugar mismo donde se encargaría de plantar los árboles. Esto fué lo que hizo al año siguiente.

En 1935, un verdadero delegado de la administración vino a examinar "el bosque natural". Había con él un personaje importante del Ministerio de Aguas y Bosques, un diputado y técnicos. Se pronunciaron muchas palabras inútiles. Se decidieron hacer algunas cosas y, afortunadamente, no se hizo nada; excepto por una medida verdaderamente útil: se puso al bosque bajo la salvaguarda del Estado, y se prohibió que se viniera a hacer carbón. Era evidente que era imposible no ser subyugado ante la belleza de estos jóvenes árboles plenos de salud. Este bosque ejercía sus poderes seductivos incluso en el mismo diputado.
Yo tenía un amigo entre los directores del departamento forestal que estaban en la delegación. Le explique lo que para él era un misterio. Un día de la siguiente semana, fuimos los dos juntos a buscar a Eleazar Bouffier. Lo encontramos en pleno trabajo, a veinte kilómetros del sitio donde se había realizado la inspección anterior.
Este capitán forestal no era mi amigo nada más porque sí. Él conocía el verdadero valor de la cosas. El sabía permanecer en silencio. Le ofrecí algunos huevos que había traído conmigo como regalo; dividimos nuestros alimentos en tres y pasamos algunas horas sin decir ninguna palabra, en la contemplación del paisaje.
La ladera donde estábamos estaba cubierta por árboles de seis a siete metros de alto. Yo recordé el aspecto del sitio en 1913: un desierto... El trabajo apacible y regular, el aire lleno de vitalidad de las alturas, la frugalidad, y sobretodo la serenidad de su alma le habían dado a este hombre una salud casi solemne. Era un atleta de Dios. Me preguntaba cuántas hectáreas más él habría todavía de cubrir con árboles.
Antes de partir, mi amigo hizo una simple sugerencia concerniente a algunas especies de árboles para las que el terreno parecía especialmente adecuado. Él no insistió más. Por una muy buena razón. Me aclaro después. Este buen hombre sabe mucho más que yo. A una hora más de camino, - esta idea se le había fijado en su pensamiento, y entonces agregó:"Él sabe mucho más que todo el mundo". Él había encontrado un motivo para sentirse orgulloso y feliz.
Fué gracias a este capitán forestal que no solamente el bosque fué protegido, sino que junto con él la felicidad de este hombre. Hizo nombrar a tres guardias forestales para la protección de los territorios. Los ubico de tal manera que permanecieran indiferentes a cualquier cantidad de vino que los talamontes pudieran ofrecer como soborno.

La obra no estuvo en riesgo grave, salvo en la guerra de 1939; cuando los automóviles comenzaron a entrar por madera, pues nunca había suficiente. Comenzaron a talar algunos de los encinos de las parcelas de 1910. Por suerte, estos bosques están tan lejos de cualquier arroyo o camino que no resultó costeable seguir extrayendo la madera y la compañía decidió pronto abandonar esta extracción. El pastor no vió nada. Él estaba a treinta kilómetros del sitio, y continuaba pacíficamente con su labor, tan imperturbable por la guerra de 39 como lo había estado por la guerra de 14.

Ví por última vez a Eleazar Bouffier en 1945. Tenía entonces ochenta y siete años. Yo había retomado de nueva cuenta el camino del desierto, sólo para encontrarme ahora con lo que a pesar de todo había dejado como legado la guerra en esa región. Había un carro que hacía la ruta entre el Valle del Durance y la montaña. Yo me apreste a tomar este relativamente rápido medio de transporte, pues los cambios eran tan grandes que yo no pude reconocer el lugar de mis últimas visitas. Me pareció también que el trayecto me hacía pasar por lugares nuevos. Me ví obligado a preguntar el nombre del poblado, para estar bien seguro que esta era la región que en otros tiempos había visto en ruinas y desolación. El carro me dejó en Vergons.
En 1913, en este pequeño caserío había diez o doce casas con tres habitantes. Estas gentes eran salvajes, detestándose los unos a los otros, siempre en eterno conflicto y pillaje. Física y moralmente, ellos parecían hombres prehistóricos. Eran devorados por el contorno de las paredes de las casas abandonadas. Su condición era de total desesperanza. Parecía que sólo estaban esperando a que la muerte los encontrara. Una condición que claramente no los predisponía a cultivar ninguna virtud.
Todo había cambiado. Incluso el aire mismo. En el lugar de borrascas secas que en otros tiempos había sido, ahora soplaba suavemente una brisa con dulce olor. Un sonido que recuerda el del correr del agua que cae de las alturas. Pasaba lo mismo con el viento que ululaba entre los árboles del bosque. En fin, lo más asombroso de todo era que se escuchaba el ruido del agua que circulaba hacía un verdadero pozo. Ví que habían construido una fuente, y que había abundante agua en ella; lo que me estremeció más es que junto a esta fuente habían plantado limoneros que tenían por lo menos cuatro años y que ya habían crecido gruesos. Eran un símbolo de la indisputable resurrección.

Más aún Vergons mostraba ya signos de trabajo, de aquellos que tienen por condición necesaria la presencia de la esperanza. La esperanza había retornado. Habían limpiado las ruinas, habían tirado las paredes rotas, y habían reconstruido las cinco casas. El poblado contaba ahora con veintiocho habitantes que incluía a cuatro parejas jóvenes. Las casas nuevas, recién remozadas estaban rodeadas por jardines, hortalizas y verduras entremezcladas con malezas alineadas, había legumbres y flores, coles y rosales, puerros y albahaca, apios y anémonas. Era ahora un lugar donde cualquiera estaría encantado de vivir.
A partir de este poblado seguí mi camino a pie. La guerra de la que apenas estábamos saliendo, no nos permitía más que reincorporarnos pausadamente a la vida. Sin embargo, Lázaro estaba fuera de su tumba. En los flancos de las montañas ví campos verdes de cebada y de centeno en hierba. Al fondo podía ver algunas praderas que reverdecían.
Nos separan ahora ocho años desde que ví a toda esta región florecer con una suave ligereza que resplandecía de verdor. Los despojos de las ruinas que había visto en 1913, ahora mantenían granjas prósperas, que proporcionaban una vida feliz y confortable. Los viejos manantiales eran alimentados por agua de lluvia y nieve que ahora podía ser alojada y retenida por los bosques; el agua volvía a correr recuperando su ciclo natural. Parte del agua se había acanalado. Bordeando a cada granja había arboledas de pinos y arces, los manantiales de agua estaban bordeados por carpetas de mentas frescas. Los poblados estaban siendo reconstruidos poco a poco. Una población venida de las planicies donde la tierra era muy cara llegaron a establecerse, trayendo con ellos juventud, movimiento y espíritu de aventura. Ahora se encuentran por los caminos hombres y mujeres bien nutridos, jóvenes y muchachas que saben reír, y que han retomado el gusto por las fiestas de la campiña. Si reencontramos a la antigua población, ahora veremos que es irreconocible por su dulzura y plenitud por la vida. Contando a los nuevos llegados, tenemos a más de diez mil personas que le deben su felicidad a Eleazar Bouffier.

Cuando reflexiono que un solo hombre confiado en sus simples recursos físicos y morales fué suficiente para hacer surgir de un desierto esta tierra de Cannan, me doy cuenta que a pesar de todo, la condición humana es admirable. Pero, cuando hago un recuento de lo que puede crear, la constancia, la generosidad y la grandeza de un alma resuelta a lograr su objetivo, soy presa de un inmenso respeto por aquel viejo campesino sin cultura que a su manera supo como materializar una obra digna de Dios.

Eleazar Bouffier murió apaciblemente en 1947 en el asilo de Banon.

miércoles, 26 de marzo de 2008

¿Son tus posts demasiado largos?


A través de Mangas Verdes, descubro una curiosa herramienta de los chicos de OnePlusYou que te indica si tus post son demasiado largos comparado con el resto de blogs. Los posts de BanjulStation parece que están ligeramente por encima de la media (tomando como medida los blogs que han utilizado esta herramienta).
Sobre la longitud de los posts se ha hablado largo y tendido en la blogosfera, con enfrentadas opiniones al respecto. Hay quienes opinan que es mejor realizar post largos y con menor periodicidad, y otros piensan que es mejor escribir posts mas cortos y con una frecuencia mayor.

Personalmente, y aunque llevo poco tiempo con el blog, prefiero publicar los post que son mas largos alternandolos con posts mas cortos. La tendencia de publicar posts demasiado largos, puede acabar aburriendo a los lectores.

lunes, 17 de marzo de 2008

Los hoteles mas excentricos



1. Kakslauttanen Hotel and Igloo Village (Laponia, Finlandia)
Pasar la noche en un iglú puede ser una experiencia inolvidable.
Se puede elegir el iglú de nieve o el de cristal, y dormir pasando frio o calor. Que cada cual decida.



2. Utter Inn (Vasteras, Nr Stockholm, Suecia.)
Es un hotel flotante con forma de caseta de playa, en la que se duerme en el acuario que tiene abajo.



3. ElquiDomos (Paihuano, Chile)
Es el primer astrohotel del hemisferio sur, en una región conocida por la claridad de sus cielos. Ideal para los amantes del firmamento.



4. Woodpecker Hotel (Vasteras, Nr Stockholm, Suecia)
Es una cabaña construida en la copa de un árbol a 13 metros de altura
(No apto para los que sufran vertigo). El hotel está dentro de un parque público, y como idea me parece realmente innovadora. Otra cuestión es que tenga huespedes.



5. Elkep Evi (Urgup, Cappadocia, Turquía)
Este hotel se ha construido a partir de unas antiguas cuevas en la Capadocia. Se dice que son las mejores cuevas en las que alojarse en la Capadocia.


Los amigos de Unusual Hotels of the World se han dedicado a realizar una guia que contiene los hoteles mas excentricos a lo largo de todo el planeta. Antiguos faros que ya no prestan servicio y han sido reconvertidos como hoteles. Aviones y trenes antiguos. Casas flotantes, cuevas o prisiones que ya no se utilizan. Cualquier lugar puede ser bueno para construir un hotel.

viernes, 7 de marzo de 2008

Rocamadour



Mi primer y único encuentro con Rocamadour (en la región de Lot) fue poco antes del amanecer. El dia anterior había estado en L'Hospitalet, y la verdad es que al ver tal marabunta de gente, me planteé si merecia la pena visitar Rocamadour.
A medida que me acercaba a Rocamadour y recorría las angostas curvas de la carretera, comencé a ver como las luces de los edificios iban formando la silueta de la ciudadela medieval.
Esa primera visión fué sobrecogedora: la ciudadela colgada en una pared vertical sobre rio Alzou a 150 metros de altura. Notas como has dado un salto en el tiempo hacia esa Edad Media plagada de misterios y llena de magia. Las nubes que protegen a la ciudadela y el silencio casi absoluto del amanecer le confieren un aire aun mas místico, misterioso y espiritual.



Misterios y leyendas.
Todo el misterio que rodea a Rocamadour ha engendrado multitud de leyendas alrededor de su origen, comenzando por el significado de su nombre: El que ama la roca (Roc Amadour).
Se cuenta que el personaje biblico Zaqueo, recolector de impuestos en Judea, llegó a estas tierras con su mujer Verónica, y adoptando el nombre falso de Amadour, siguio una vida hermetica en este paraje, contruyendo un oratorio sobre la roca, al que mas tarde se llamaria la Roca de Amador. Tambien se dice que fue el quien realizo la talla de la virgen negra, ayudado por San Lucas.

Lo cierto es que estas virgenes negras, que fueron muy comunes durante la Edad Media en Europa, son una herencia de cultos anteriores al Cristianismo y representaban a deidades de la Tierra y diosas de la fertilidad.
Fueron los monjes benedictinos, quienes en el siglo XII propagaron la historia de San Amadour y la capilla de la Virgen Negra, ocultando de este modo aquellos cultos anteriores.

La presencia de la virgen Negra en la Iglesia de Notre Dame y de las reliquias de San Amadour en la iglesia del mismo nombre, han atraido a multitud de peregrinos desde el medievo, formando este enclave parte del Camino de Santiago francés. Muchos de los peregrinos subían de rodillas los 140 escalones hasta la iglesia para realizar ofrendas a la virgen negra.

Para aquellos que tengáis pensado un viaje a las regiones del Sur de Francia, Rocamadour es una parada obligatoria.

miércoles, 27 de febrero de 2008

La guía Lonely Planet de Birmania es poco ética


Eso es lo que afirma la Trade Union Congress del Reino Unido. Piden que se deje de comprar la guia de Myanmar de Lonely Planet por considerar que su compra significaría un apoyo al regimen sanguinario que gobierna actualmente.

En palabras textuales de la Trade Union Congress:


Ir de vacaciones a Birmania es uno de los viajes menos éticos que se pueden realizar, dada la brutalidad del regimen actual.


¿Creeis que Lonely Planet debería retirar su guía?

Ahora que Lonely Planet pertenece casi en su totalidad a la BBC, ¿actuará esta conforme a lo que dicte la moralidad británica? o ¿seguirá sacando beneficios de la venta de esta guía?

Via Gadling.